jueves, 23 de octubre de 2008

Nereida

Fue en un pueblo con mar
Una noche...

Joaquín Sabina

I

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir por ejemplo: la noche está estrellada.
Y tiritan azules los astros a lo lejos.”

No sé por qué revoloteaba en mi cabeza este verso, o... tal vez sí, porque no solamente escuchaba estas palabras como en un acetato rayado, repitiendo estas frases de Neruda sin poder recordar el poema completo. Además de ello me invadía la nostalgia, esa nostalgia que no me dejaba vivir el presente, que se estancaba, como los versos, en mi cabeza y en todo mi cuerpo.

¿Por qué no desaparecer el pasado? Borrarlo de mi existencia y vivir en paz.

¡No! La culpa no la tiene el pasado, sino la maldita nostalgia que siento por él. Según dicen, la felicidad se construye y yo traté... pero fracasé en el intento. ¡Qué estúpido y qué patético sueno! Pero es la verdad.

Y es que tenía todo lo que cualquier hombre pudiera desear, un buen trabajo, una esposa maravillosa, hijos encantadores y una casa... modesta sí, pero adecuada a nuestras necesidades. Sin embargo no era feliz.

Aquel día estaba llegando a Alvarado para grabar escenas del festival que organizó la empresa donde trabajo, el Festival se llamaba Bailando por los caminos. ¡Extraño festival para una llantera!

El administrador en las oficinas de México estaba obsesionado con dar una imagen más amplia de la empresa y decía que para ello era importante impulsar la cultura y las artes además de los seriales automovilísticos. ¡Qué loca idea! Pero a mí me fascinaba el salir del DF por un rato y distraerme toda una semana haciendo algo distinto a los comunicados y las reuniones, además el alejarme un poco de mi familia no me desagradaba.

Llegué al hotel, que además era la cede nacional del festival ese año, por cierto, dedicado a los ritmos caribeños; pero en especial al Danzón. Quizá es por ello que eligieron al estado de Veracruz para realizarlo.

Me encantó su fachada toda blanca. Recuerdo cuando en la ciudad se podían ver paredes con colores uniformes.

Es hermoso. Con sus balcones altos, de hierro forjado, pintados de un rojo que simula el tabique mismo. Sus ventiladores en los techos, del mismo color que la pared y sus lámparas de vidrio cortado, muy parecidas a las de las grandes catedrales. Me siento como en un sueño. Tiene tanto tiempo que no salía de mi encierro que se me olvidaba lo bello que es la provincia.

El Loby tiene unos sillones de mimbre muy acordes al trópico. Y en los cuartos, las camas de madera rústica los hacen sentir muy acogedores, claro que tiene muy poca cobija por las temperaturas tremendas que hay este lugar. En la administración vi un termómetro que marcaba 30° C y ya era de noche. Es una locura comparado con el clima de la ciudad de México.

Que bueno que llegué un día antes, eso me permitió aclimatarme y no caer desmayado al día siguiente. Me acomodé pronto en la habitación, desempaqué todo lo que había en la maleta que me preparó Martha: desde mis pantalones -que odié con tanto calor- hasta mi cepillo de dientes en el lavabo y del otro lado del jabón.

Martha, mi esposa, siempre fue muy ordenada y le molestaba mi mala costumbre de dejar todo regado. Gracias a ella logré corregirme un poco. Ahora por lo menos sé dónde buscar camisetas y dónde los calcetines.

Ella me quiere mucho, pero no sé por qué tengo este sentimiento de vacío. También mis hijos me adoran. Me lo han demostrado. ¿Qué es lo que le falta a mi matrimonio?

Bajé pronto a preguntar a la chica que atendía en la administración en dónde podría cenar algo delicioso. Sin embargo, quería más bien algo ligero, pero con el afán de agradar que me cargo la regué otra vez. ¡Qué mala pata! En fin, ya había abierto mi bocota.

Ella me dijo que en los portales servían unos paltillos deliciosos y que los precios eran muy accesibles para los turistas, además de que podría escuchar un poco de música en vivo.

El hambre me comía así que salí corriendo, mas no quería comer mucho porque siempre que salgo, la comida extraña me provoca revoluciones en el sistema digestivo.

Al llegar a los portales escuchaba un grupo Jarocho que tocaba con mucho ritmo los compases de “la bruja”. La negra que tocaba el arpa cantaba muy lindo:

Ai dígame, ai dígame, ai dígame usté
Cuántas criaturitas se ha chupado usté
Ninguna, ninguna, ninguna porque
yo tengo intenciones de chúparme a usté...

La mesera se acercó y me mostró la carta. Cortante, le dije que había visto servir un café con leche que se me antojó mucho, que sólo me trajera eso y un cuerno, fue entonces cuando fijé la vista en su mirada. Me cautivó.

Ella asintió y fue solícita a traer la leche que dejó caer al vaso desde la altura de sus hombros con una puntería estupenda. En la misma charola de la leche llevaba el café que sirvió de la misma forma. En pocos instantes regresó con el cuernito y un recipiente con mermelada y mantequilla. En la mesa ya estaba servido el azúcar.

Yo la observé a cada movimiento, me parecía una mujer muy hermosa: con esos labios carnosos y rojos, su piel morena que brillaba en los pómulos redonditos y alzados. Solamente se había maquillado en los ojos y los labios. En la mirada tenía un brillo muy especial que reflejaba una especie de ternura muy grande.

Mientras endulzaba mi café imaginaba ¿Qué sería de mi familia? Pero de seguro a esta hora ni me extrañaban; además, ir a casa de mi suegra les resultaba muy grato. Seguí, pues, cada uno de los movimientos de la mesera animado a preguntar cuál era su nombre.

Terminé mi vaso y seguí sentado un rato más. Fumé un cigarro mientras escuchaba el “Son del tilingo lingo” y otras dos canciones jarochas que no recuerdo. Llamé a la mesera con un ademán en señal de pedir la cuenta.
Se acercó pronto y me mostró la nota:

1 café con leche $15.00
1 pan $5.00
Total 20


Me llamó mucho la atención que en el total no anotara ni el signo de pesos, ni los ceros de los centavos, además de la inscripción al calce de la nota que decía: Gracias por su propina.

Ya antes de que ella diera la vuelta, le dije:
-Gracias… -vacilé- Perdón... ¿Cómo te llamas? A mí me gusta llamar a la gente por su nombre.
-Nereida señor- replicó un poco sonrojada.
-Gracias Nereida, sirven un café delicioso.
Ella movió la cabeza con un gesto de aprobación y siguió su camino llamada por otro cliente.

Salí de los portales y me dispuse a caminar. Seducido por el aroma del mar me dirigí a la playa, exactamente donde desemboca el río. Me detuve y regresé. Ya estaba un tanto lejos del hotel. Regresé con esa cara enterrada en mis pensamientos. NEREIDA. Raro nombre. Me acordé del danzón.

¡Qué extraño! Vine a Alvarado gracias a un concurso de baile y es precisamente un danzón el que lleva su nombre. No... Más bien ella debe llevar ese nombre por el danzón. ¡Cuántas cavilaciones por eso! ¿Qué será lo que signifique? Nunca antes lo había meditado habiéndolo escuchado tantas veces.

Esa noche dormí tarde, pensando en lo que era mi vida e intentando buscar eso que le faltaba, y dónde encontrarlo.



II
El viento de la noche gira en el cielo y canta

A la mañana siguiente me levanté muy temprano revisando muy bien la cámara y los videocasetes, cargué la pila y fui en busca de los organizadores. No eran mis amigos, pero los toleraba. Discutimos nuevamente el tipo de tomas que querían y qué eventos serían los más interesantes para grabar.

A pesar de estar dedicado al Danzón el festival de este año, hubo concursos de música muy variada, desde lo jarocho, hasta la música electrónica.

En las primeras eliminatorias no quise gastar videocintas indiscriminadamente, así es que en cuanto me gustaba cómo bailaba una pareja o un grupo de chavos era cuando encendía mi cámara.

Me hacía falta un dolly. En el tripié las tomas eran muy cuadradas, además me hacía sentir como enraizado en el lugar que me asignaron

De estar parado, me estaba escaldando el sol en el cuello ¡Qué bueno que tría mi gorra! Pero también me estaba asando dentro de mi guayabera y los pantalones de lino que parecían planchas en pleno uso.

El día se me hizo eterno, sólo comí unas golosinas entre un concurso y otro, y mi tripa estaba que ladraba. ¡Qué bueno que por hoy todo había terminado! Regresé cansadísimo al hotel. Los organizadores del evento me invitaban a acompañarlos a cenar, pero entre el fastidio de estar parado y lo poco amigable que se había portado el sol conmigo, preferí acostarme un rato.

Sin embargo, a los pocos minutos el hambre me traicionó, y olvidándome de los daños que me provocan los alimentos extraños regresé al portal y me senté en el mismo sitio que la vez anterior.

Ahí estaba ella atendiéndome de nuevo.

-Hola Nereida- Saludé rápidamente.
-Hola señor....- Respondió con cierto dejo de sarcasmo.
-Javier. Me llamo Javier y vete olvidando de lo de “señor” que me hace sentir incapaz de generar confianza.- Argüí tratando de sonar amigable.

-Esta bien Javier- contestó Nereida con una sonrisa que dejó entrever su dentadura que por un momento soltó un destello.

Se apuró a tomar mi pedido, pues unos jóvenes de la mesa vecina la llamaron. Ese día había sido mucho más amigable que el anterior.

Comí delicioso aquella noche, cuando terminé volví a fumar un cigarro como la noche anterior y pedí un café para rematar la cena.

-Esta vez sin leche- pedí

Ella volvió a sonreír y asintió con la cabeza. Al poco rato regresó, y reparé en su cuerpo. Era muy delgada, chaparrita, pero con una cadera ancha aunque un busto incipiente. Un contraste bello al final. Los glúteos se miraban muy firmes debajo de su falda.

Terminé mi café y regresé al hotel dispuesto a dormirme soñando con la cara angelical de Nereida. Así fue. Pero fue un sueño muy extraño.

III

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos…


Soñé que estaba en la playa. ¡Qué raro! Esta vez sólo fui de noche a caminar. Sin embargo, mi sueño fue muy cinematográfico, es decir, lo que veía. Era como si fuera un espectador viendo en una sala lo que me acontecía. Con todo y las palomitas de maíz.

Era una mañana muy soleada. Yo me acerqué al borde el mar y sólo dejaba que me rozara los pies, cómo un niño correteando el oleaje. Una por una las olas iban y veían. Tal vez el escuchar el murmullo del mar en la noche era lo que alentaba mi sueño.

Regresé y me senté al pie de una palmera y cogí una vara, con ella escribí un nombre bajo una caligrafía mal lograda. N E R E I D A. Estaba terminando de escribir la A cuando una sombra se posó frente a mí.

Era ella. Eras tú... Nereida. Vi tu rostro tan diáfano como el agua. Ahí estabas muy cercana y me mirabas con un gesto de aprobación. Me tendiste los brazos como pidiendo que me levantara. Y así lo hice. Jugabas dando vueltas conmigo hasta que caímos.

Hasta entonces no habíamos hablado, le pregunté por el origen de su nombre.

¿En verdad no lo sabes?- Dijo soltando una carcajada que le descompuso el rostro- ...Mi nombre vive con las olas.

Qué raro- dije, y no volvimos a hablar.

Caminamos juntos por la playa levantando cuanta concha nos gustaba.

El calor me despertó. Yo intenté recuperar ese sueño que me hacia sentir vivo otra vez. Encendí el ventilador y dormí de nuevo, pero ya no volví a soñar con ella.

Después de hablar con los organizadores de la incomodidad del día anterior, se disculparon por el mal rato que me hicieron pasar diciendo que era un descuido imperdonable y que no era su intención. Ese día me tocó grabar desde un lugar más conveniente: sombreado, incluso me acercaron una silla.

Todavía eran las primeras eliminatorias cuando en el concurso de danzón reconocí un rostro entre los participantes. Era Nereida, vestida de acuerdo al concurso. Bailaba con un hombre mucho mayor que ella, tal vez era su padre.

Rápidamente comencé a grabarla. La verdad es que bailaba de maravilla, perecía como si flotara en los mismos compases. Bailaban “Teléfono a larga distancia”; para esa pieza la orquesta participaba también, pues uno de los ejecutantes de trompeta bajaba del kiosco y se ponía delante de la orquesta y de los bailarines.

Al terminar el baile, pedí a uno de los organizadores que cuidara un poco mi cámara mientras iba al baño. Me deslicé entre la multitud y me acerqué a ella.

-¡Qué bien lo haces!- Exclamé.
-Perdón.- Volteó instintivamente.- ¡Ah!... eres tú...- se detuvo al reconocerme.
-Javier- Declaré abiertamente.- El cliente de las dos noche anteriores
-Exacto. Javier. ¿Qué haces aquí? Preguntó sorprendida.

Le expliqué a qué me dedicaba y el motivo de mi visita al lugar. Ella me contó que era su tío el señor que la acompañaba en el Danzón y que esperaban ganar.

Me despedí de ella deseándole suerte y pidiéndole que no se fuera sin acercarse a mí cuando dieran los resultados.

Esta eliminatoria la habían ganado ella y su tío. Y en efecto, cuando escuchó el resultado se acercó a mí.

-¿Gracias?
-¿Por qué?- Pregunté azorado.
-Es por que tú eres mi caracol de la suerte.

Volvió a sonreír y extendió su mano derecha, yo le di la mía y con la izquierda colocó suavemente un caracol. Hizo que apretara mi puño. Y me besó la mejilla.

Le dije que en la noche volvería al portal y ella me dijo que se iba a tomar unos días por lo del concurso. Me invitó, si quería, a salir con ella por el malecón siempre y cuando practicáramos juntos unos pasos de danzón.

Yo le conté que tenía dos pies izquierdos y ella se rió y me invitó de todos modos.

Los demás concursos se sucedieron el uno al otro. Los participantes hicieron gala de creatividad y destreza. Sin embargo a mí me movía nada más el deseo de reunirme pronto con ella. La cita estaba hecha. Hoy mismo, al terminar los eventos del festival, me esperaría en una banca situada exactamente al centro del malecón. Debajo de un farol.

Terminé con mis actividades del día y nuevamente rechacé la invitación de los organizadores para tomar un café. Deben haber pensado que soy muy orgulloso. En verdad me hubiese gustado acompañarlos, si esto no fuera tan importante para mí.

Llevé mi material al cuarto y lo encerré muy bien, y me dirigí de inmediato en la búsqueda de mi amada. El recuerdo de mi familia no me causaba ningún remordimiento. Y si debo decirlo, no tenía por qué. La nostalgia había quedado atrás al llegar a este lugar. Ahora sólo quería vivir mi vida sin cortapisas, hacer lo que en treinta años no había querido hacer: vivir.

La encontré exactamente en el lugar que ella me señaló. Tenía puesto un vestido rojo, cortito. Muy pegado al cuerpo. Que me permitía admirarla en todo su esplendor. La hice levantarse para que modelara, ella accedió de inmediato. Y aunque se sonrojó, lancé el primer piropo.

Me dijo que apenas nos habíamos visto un par de veces y parecía como si nos conociéramos de años, le comenté que yo tenía la misma impresión y que tal vez en otra vida... con otras circunstancias... nos conocimos.

Ella confesó no creer en la reencarnación, pero admitía que la familiaridad con que nos tratamos fue muy extraña. Motivado por ello inquirí su apellido.

-Confórmate con saber mi nombre, lo demás es lo de menos.- Respondió soslayando la mirada.
-Yo te ofrecí sinceridad, me gustaría que fueras sincera conmigo.- Expliqué con una gran curiosidad por saber sus apellidos.
-Cuando el cariño es sincero, no espera respuestas. Simplemente se da.

Llevó su mano a mi boca y con sus dedos delgados y largos tapó mis labios, insinuándome que no hubiera más preguntas. Me sentí aliviado con este gesto, no sé por qué tal vez no quería que supiera que estoy casado.

Nunca acostumbro llevar mi argolla de matrimonio, de ahí en más no había indicio alguno de que tengo una familia.

Caminamos un rato por el malecón, al llegar al final del corredor, me dijo que ahora sí me iba a enseñar los pasos de danzón. Se movía de manera cadenciosa y yo intenté seguirla sin éxito. Desistió pero ella siguió sola, como si el viento fuera su acompañante y aprobara el baile al compás del oleaje.

Estuvimos un largo rato en ese trajinar, de cadencia y conocimiento. Ese día me atreví a más que besarla. En su mirada el brillo del deseo, se dejó vislumbrar. Pero yo estaba inhibido por la ternura que me causaba su piel tersa, trémula por la brisa que se soltó de repente.

Fue entonces cuando hizo una invitación para retirarnos, yo le coloqué encima la guayabera que traía. Ella accedió a ponérsela, la olió como si descubriera un nuevo aroma. Aroma incitado por el fresco viento.

Caminamos hacia el poblado y entre varias calles llegamos a una casona alta, con su techo de teja y grandes balcones y me pidió que la dejara, que ahí era su casa. Mientas me regresaba la guayabera, apuré a darle un largo beso en donde nuevamente la sentí temblar, pero ahora estoy seguro que fue algo que sentía por mí.

Regresé al hotel. El día siguiente me levanté, desayuné en el cuarto, y me reuní más tarde con los organizadores. Afinamos detalles, sólo faltaban tres días para terminar con la faramalla. Yo quería quedarme más tiempo en este lugar tan mágico.

Los eventos continuaron igual que los dos días anteriores, en esta eliminatoria volvió a concursar Nereida. Yo volví a desearle suerte, ejecutaron el mismo danzón y nuevamente ganaron.

Nos vimos de nuevo en la noche y paseamos un rato, después nos besamos debajo de los faroles del malecón. Recorrimos Alvarado, escuchamos el rumor del mar por un lado y el sonido del arpa por el otro, ella traía una peineta de Carey preciosa adornada con un jazmín, le dije que con ese atavío lucia angelical, ella se sonrojó como era su costumbre, pero nuevamente rió.

Esa noche ella me llevó a un lugar oscuro cerca de la playa y a base de caricias y besos terminamos unidos en un fuerte abrazo que nos arrastró a niveles de pasión de los que no me creía capaz.

Esa noche nos amamos como no había amado a nadie, ni siquiera a Martha a quien decía querer tanto. Sentía sus latidos al mismo ritmo que los míos, sonaban como un concierto conjugados con el sonido de las olas y las palmeras meciéndose a nuestro lado.

Después de esta experiencia, la volví a llevar a la casa de teja con los grandes balcones, se despidió con un largo beso, sus labios estaban tibios y tersos y en su mirada se acentuó la ternura. Esa noche no soñé, pero amanecí con una alegría infinita.

Los días se sucedieron uno a uno. Los eventos del festival fueron terminando. Nereida y yo nos seguimos viendo, y nos seguimos amando sin hacer preguntas. El último día del festival Nereida cambió su rutina. Ahora bailaría el danzón que llevaba su nombre. Cambió de pasos. Seguía moviéndose con cadencia, pero un brío mayor se posaba en la pareja.

Al inicio del baile, Nereida llevó una concha hasta mis manos y me pidió que le deseara suerte apretando la concha. Así lo hice y al final del concurso escuchaba al maestro de ceremonias anunciar a los ganadores.

Por supuesto. Nereida era la campeona. La felicité con un gran beso y prometí verla en la noche.

Terminados los concursos, los organizadores cenaron conmigo y los felicité por la organización. Todo salió a pedir de boca para la empresa, de cualquier modo, las radiodifusoras de la región había hecho una gran campaña mencionando que el festival estuvo organizado por la llantera y reconociendo el éxito entre los concursantes y la gente del lugar.

IV
A lo lejos alguien canta. A lo lejos…

En la noche nos vimos en el portal, ella había ido para pedir regresar al otro día a su trabajo y mostraba el trofeo que tan dignamente había ganado. Sus compañeras la felicitaron, y el dueño del restaurante la abrazó muy fuerte.

Le permitieron no trabajar ese día y yo la invité a cenar ahí mismo. Ella pidió una carne a la tampiqueña. Me asombró por lo delgada que es.

En fin, tuvimos una velada excepcional acompañados por un trío que interpretó varias canciones de Agustín Lara desde “Arráncame la vida”, hasta “María bonita” y “Solamente una vez”. Ese día encontré nuevas semánticas en esa última canción. Tal vez era la primera vez que amaba en serio. Quizá no me había dado la oportunidad de aprender a amar.

Después de la cena, acudimos nuevamente al malecón, dispuestos a pasar lo que nos restaba de noche. Un miedo me invadió y causó que se erizara toda mi piel. Nereida me vio y rió un poco. Me dijo que no me ofendiera, pero era la primera vez que me veía con frío.

Le expliqué que no era frío aquello. Le dije que temía perderla ahora que regresaba a México.

-Es tu deber.- Me dijo
-¡Pero me siento más seguro entre tus brazos!- Repliqué en forma desesperada.
-Pero allá te esperan y yo no quiero ser la culpable de descomponer una familia
-¿Y tú como sabes...?

Volvió a colocar su mano delante de mi boca y para asegurarse de que no habría más preguntas me besó nuevamente.

La hice acompañarme al hotel y en el cuarto poco a poco la fui despojando de su ropa. Otra vez traía un vestido rojo, parecido al que le había visto la otra noche y en el cabello la peineta de carey con el jazmín. Ella me desprendió la camisa de una forma muy sutil. Me besó todo el pecho. La ternura me invadió. La besé en la misma forma, mientas que con mis brazos apretaba su cuerpo fuertemente contra el mío.

Esperaba que el tiempo se detuviera. Que algo sucediera y me hiciera permanecer ahí por toda la eternidad. Que viniera un huracán y arrasara con los caminos para que no me fuera. Y nada de eso pasó. Amanecía y seguimos juntos. Se despidió de mí y me pidió que guardara un buen recuerdo de ella.

- Con que tú me pidas que me quede es suficiente.- Supliqué en espera de una respuesta positiva.
-Tu deber te llama. -Dijo en forma fría.

Me resigné a acatar lo que decía. Nereida se alejó entrecerrando despacio la puerta. Yo comencé a hacer mi maleta, no quedó igual que como la había acomodado Martha: Me faltaba espacio.

El cansancio me mataba y el sueño me venció. Otra vez soñé con ella y en el sueño se repetían las acciones de la vez anterior.

-Mi nombre viene con el mar- dijo. Y yo callé.

V
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído…

Al despertar supe que mi vida estaba a su lado. Salí a buscarla a la misma casona donde la dejaba cada noche. Me abrió una señora que dijo que había llegado muy temprano, pero que había ido a la playa.

Corrí en su búsqueda y después de intentar localizarla largo rato, regresé a preguntar si ella había regresado. La misma señora de la mañana abrió y me contestó que no.

Esperé toda la tarde en vano. No llegó. Tampoco en la noche se presentó al portal. Al día siguiente regresé a la playa para ver si de casualidad la encontraba. Pero ella no estuvo ahí. Esperé de cualquier forma. El sol se reflejaba en el mar de una manera tan fuerte que quemaba mis pupilas. Las gaviotas volaban alegres. No sabían de mi angustia.

De pronto, caminando por la playa encontré tirada en la arena una peineta de carey con un jazmín al lado. Los apreté fuertemente a mi pecho, mientras en la arena las olas dibujaban su silueta. Esperé en vano más de una semana, nadie volvió a saber de ella. Sólo el recuerdo de su imagen taladraba mi cabeza.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que hermosa narración a su vez triste. Una experiencia digna de ser vivida ya que sintió esa pasión desvordada, al final esa mujer se fue como llegó de la nada, de repente sólo pra vivir unos maravillosos instantes a su lado. Me gusto mucho.